Hay tres Antonio Skármeta en la memoria. El primero es el Skármeta difusor de la literatura como el señor de rostro bonachón que aparecía en la tele de los noventa (cuando había una programación cultural), con un gato masajeando su cuello, y que recomendaba libros y autores. Para una generación que se formó intelectualmente en esa época, Skármeta, siempre con ese tono lúdico, provocaba que el libro y su autor se respetaran. Era post dictadura, un tiempo para respirar después de tanto ahogo lacrimógeno. Es ahí donde la literatura regresa a su cauce con nuevos autores y autoras, y con una televisión que cumplía el propósito de transmitir cultura. Por esta razón el Show de los Libros, con la magistral conducción de Skármeta, que combinaba humor y conocimiento, es un programa único en su especie, que llevaba el libro a las masas, algo impensado para estos días.
El segundo Skármeta es el nortino, más bien antofagastino. Con sus dos apellidos croatas (más bien yugoslavos para la época en que se crío) pertenece a esa generación de hijos o nietos de migrantes balcánicos, que se bajaron con el puesto del barco. El niño Skármeta se crió en el Antofagasta, de la mitad del siglo pasado (década del 40 y 50), en ese espacio entre desierto y océano, donde la conexión con el mundo era el cine y especialmente los diarios. En alguna de sus crónicas, Skármeta recuerda a ver pasado varios minutos leyendo los titulares de la época, quizás estos le gatillaron la imaginación que posteriormente desarrolló como escritor. Luego Skármeta migró. Pasó por Santiago y Buenos Aires, pero al igual que otros autores que vivieron sus primeros años entre el desierto y el mar –como Jodorowsky por ejemplo en Tocopilla-, las imágenes de ese mundo aislado pueden hallarse en sus textos.
El tercero es el Skármeta escritor, como Premio Nacional de Literatura y un reconocimiento que se hizo mundial, cuando su novela, Ardiente Paciencia, fue llevada al cine como Il Postino, o el Cartero de Neruda. Más allá de Ardiente Paciencia y sus novelas, Skármeta fue un gran cuentista. En el Skármeta cuentista, que marca su primera etapa como narrador, no hallamos a un escritor de “fraseo gótico” en la forma, sino que más bien un depurador de palabras para alcanzar el momento intenso, en esa mezcla de lo que se muestra y lo que se omite. Podemos decir que al igual que Fuguet en su época, Skármeta le escribió a su generación impactada por Mayo del 68 o el rock de los Rolling Stones o los Beatles. Algunos de sus cuentos más notables son el Ciclista del San Cristóbal, donde un adolescente asciende al cerro en una carrera mientras su madre, en casa, podría morirse, o Balada para un gordo, que aborda la iniciación política y sexual en el contexto de finales de los años sesenta e inicios de los años 70.
El Skármeta escritor fue prolífico tanto como cuentista y novelista, sin embargo, también mantiene varias obras dedicadas a la literatura juvenil, quizás con ese afán lúdico de enseñar, de profesor, que los vimos en el siempre recordado Show de los Libros.
Texto, Rodrigo Ramos Bañados