En un rincón del sector poniente de Calama, en la calle Cobija, se encuentra una parcela que guarda no solo maíz y alfalfa, sino también una historia de amor, sacrificio y una profunda conexión con la tierra. Es la parcela de don Luis Jorquera y doña Juana Varas, una pareja que ha dedicado su vida a la agricultura en el desierto más árido del mundo.
Un encuentro marcado por el destino
Don Luis, nacido entre Canela y Mincha, en la Región de Coquimbo, llegó a Calama en 1969 con la esperanza de mejorar su calidad de vida. “A probar suerte, mejorar calidad de vida y tener trabajo, por supuesto”, relata. Por su parte, doña Juana es calameña de corazón, hija de agricultores que, desde inicios del siglo XX, cultivaron la tierra en la zona. Su encuentro ocurrió en un cumpleaños familiar. “Me invitó una cuñada de él, y ahí lo conocí. Venía él de allá de la cuarta región”, recuerda doña Juana con una sonrisa.
Desde entonces, la pareja no solo unió sus vidas, sino también sus manos para trabajar la tierra. Tienen tres hijos, a quienes han enseñado el valor del esfuerzo y el amor por el campo, aunque reconocen que las nuevas generaciones suelen preferir las minas por la estabilidad económica.
La transformación de un terreno inhóspito
La parcela que hoy es su hogar fue una herencia indirecta de la expropiación que sufrió la familia de doña Juana en el pasado. Adquirieron el terreno en condiciones extremas, con una tierra salada e infestada de maleza. “Nos costó bastante porque estas tierras fueron muy saladas y con mucha maleza. Muy invasiva la chepica, que es como un tejido debajo de la tierra”, explica doña Juana. Con esfuerzo, abono orgánico y paciencia, lograron transformar ese suelo hostil en un lugar productivo, aunque este proceso tomó más de cinco años.
Luis y Juana producen principalmente maíz y alfalfa, adaptándose a las limitaciones del agua en Calama, que en su mayoría proviene del río Salado. “Lamentablemente, las mineras nos dejan el agua salada, cuando debería ser al revés. Ellos usan el agua dulce y nosotros la salada”, reclama don Luis.
La agricultura como resistencia
La agricultura en Calama ha cambiado drásticamente, marcada por el clima, la calidad del agua y la competencia de las actividades mineras. “Aquí se produce, pero si fuera una calidad de agua y tierra mejor, la agricultura sería mucho más rentable”, reflexiona don Luis. A pesar de todo, ambos ven en la agricultura un legado vital. “Esto nos da vida y salud”, dice doña Juana con firmeza.
A lo largo de los años, han contado con el apoyo del Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP), lo que ha sido crucial para mantenerse en pie. “Gracias a INDAP estamos todavía manteniéndonos con la agricultura, porque prácticamente es el pilar fundamental que tenemos aquí en Calama”, reconoce don Luis, destacando cómo los programas de apoyo técnico y financiero les han permitido mejorar sus cultivos y hacer frente a las adversidades.
Una vida en el campo
Para Luis, el campo es más que un lugar de trabajo; es su esencia. “Yo estuviera bajo tierra muchos años antes de irme a un departamento. Nací, me crié en el campo y sigo en el campo”, asegura con convicción. Por su parte, Juana sigue atesorando los recuerdos de su infancia y los valores que sus padres, pioneros de la agricultura en Calama, le inculcaron.
A pesar de los desafíos, don Luis y doña Juana representan la resistencia y la esperanza de la agricultura calameña. En un mundo cada vez más urbano y tecnológico, ellos son guardianes de una tradición que no solo alimenta, sino que también conecta a las personas con sus raíces. Su historia es un recordatorio de que, incluso en el desierto, la vida florece con amor, esfuerzo, apoyo comunitario y un profundo respeto por la tierra.
Este reportaje es financiado gracias al Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social (FFMCS) 2024, del Ministerio Secretaria General de Gobierno y del Consejo Regional de Antofagasta.