La envidia: cómo afecta nuestra mente, emociones y relaciones sociales

La envidia puede ser tanto una fuente de inspiración como un dolor interno. Mientras que en ciertos contextos puede impulsarnos a mejorar.
25/04/2025
2 minutos de lectura

Sentir deseo por lo que tienen los demás, ya sea algo material o una cualidad personal, es algo muy humano. Y aunque solemos hablar de envidia como algo negativo, existen distintos matices: está esa “envidia sana” que motiva, y la otra que nos carcome por dentro. Desde tiempos antiguos, este sentimiento ha sido una herramienta de comparación para saber dónde estábamos frente a los demás, especialmente con aquellos que eran similares a nosotros, y si era necesario hacer algo para mejorar nuestra posición en la competencia por recursos o pareja.

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Aunque forma parte de nuestra naturaleza, la envidia duele. Literalmente. Estudios con escáneres cerebrales muestran que activa las mismas áreas del cerebro que se encienden cuando sentimos dolor físico, en particular la corteza cingulada anterior, que se encarga de gestionar los conflictos. Cuanto más inferiores nos sentimos al compararnos con alguien, más intensa es la actividad en esta zona, según un estudio japonés publicado en la revista Science.

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La envidia puede doler tanto como una quemadura, pero curiosamente, en el lenguaje cotidiano tiene tintes positivos. Decimos que algo es “envidiable” para resaltar lo bueno que es. Quevedo incluso afirmaba que “virtud envidiada es dos veces virtud”. A menudo, creemos que el éxito verdadero solo existe si provoca envidia en los demás. También hacemos distinción entre esa “envidia sana” que impulsa, y la que nos vuelve “verdes” por dentro.

Y la ciencia nos respalda en esa diferencia. Una investigación de la Universidad de Tilburgo, en Países Bajos, distingue dos tipos de envidia: la que sentimos hacia personas que lograron lo que nosotros deseamos, y la que se enfoca en los objetos o cualidades que quisiéramos tener. La primera es destructiva: puede llevarnos a querer que a esa persona le vaya mal y nos hace sentir placer si eso ocurre (lo que en alemán se llama schadenfreude, o gozo por la desgracia ajena). En cambio, la segunda es más positiva: nos inspira a esforzarnos, a superarnos y a tomar acciones para conseguir lo que deseamos. Por ejemplo, si vemos a alguien en buena forma física, podemos sentirnos frustrados… o bien usarlo como motivación para ir al gimnasio.

La envidia puede estar influida por varios factores, según distintos estudios. La edad juega un papel importante: los jóvenes tienden a ser más envidiosos que los adultos, especialmente hacia personas de su mismo género. La oxitocina, conocida como la hormona del amor, puede intensificar la envidia en contextos competitivos, incluso provocando conductas agresivas. También influye la personalidad; un estudio identificó que el perfil envidioso es el más común, representando al 30 % de las personas. Las redes sociales agravan este sentimiento al exponernos constantemente a vidas idealizadas, lo que puede generar comparaciones negativas y malestar emocional. Curiosamente, quienes presentan rasgos narcisistas suelen ser menos envidiosos, ya que su alta autoestima los protege de sentirse inferiores a los demás.

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