La lucha contra el envejecimiento ha sido dominada por cremas y tratamientos estéticos, pero la ciencia ahora se enfoca en un aspecto más profundo: las células. Un proceso clave en este ámbito es la glicación, que ocurre cuando hay un exceso de azúcar en la sangre.
Las moléculas de glucosa se adhieren a proteínas como el colágeno y la elastina, fundamentales para mantener la piel firme y elástica. Esto da lugar a los AGEs (productos finales de glicación avanzada), que rigidizan y fragilizan estas proteínas, provocando pérdida de flexibilidad, flacidez y arrugas prematuras.
Este proceso no solo afecta la piel, sino que también está relacionado con la inflamación, la oxidación celular y el envejecimiento en general. Investigaciones en epigenética, como las realizadas por universidades de EE.UU., han demostrado que el consumo de azúcar añadido puede acelerar la edad epigenética, una medida del estado real de las células que no siempre coincide con la edad cronológica. En particular, los AGEs juegan un papel crucial en este proceso, vinculando el azúcar con los efectos del envejecimiento.
Los expertos coinciden en que el azúcar, al combinarse con inflamación crónica, estrés oxidativo y resistencia a la insulina, acelera la senescencia celular, donde las células dejan de dividirse y acumulan daño. Este estrés interno genera radicales libres, que dañan el ADN y las células, acelerando el envejecimiento prematuro.
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