Las bebidas azucaradas no solo aportan calorías adicionales, sino que también pueden alterar la manera en que el intestino absorbe los nutrientes, lo que podría desencadenar problemas en órganos clave como el hígado y los músculos. Un reciente estudio preclínico ha revelado cómo esta alteración metabólica podría ser una de las causas de enfermedades como la diabetes tipo 2 y la obesidad.
El estudio, publicado en The Journal of Nutritional Biochemistry en 2025, fue realizado por científicos del Tata Institute of Fundamental Research. Utilizando un modelo en ratones que replica el consumo humano de bebidas azucaradas, los investigadores evaluaron los efectos de beber agua con un 10% de sacarosa durante tres meses, una concentración similar a la de los refrescos comerciales.
Este enfoque experimental es más cercano a los hábitos de consumo humanos, a diferencia de estudios anteriores que usaban concentraciones extremas de azúcar o combinaban la sacarosa con dietas altas en grasa. Gracias a esta diferencia en el método, el estudio logró identificar alteraciones sutiles pero profundas en la absorción de nutrientes, la función mitocondrial y la regulación de la glucosa.
El equipo de investigación analizó las respuestas moleculares, celulares y metabólicas en el intestino delgado, el hígado y los músculos tanto en condiciones de ayuno como de alimentación. Los hallazgos mostraron que la alteración en el intestino actúa como un desencadenante de un desequilibrio metabólico generalizado. Una de las conclusiones más relevantes es que el intestino delgado, y no solo el hígado, juega un papel crucial en la desregulación metabólica provocada por el azúcar.
Los ratones que consumieron agua con sacarosa desarrollaron cambios estructurales y moleculares en la mucosa intestinal que aumentaron la absorción de glucosa. Este fenómeno, denominado “adicción molecular”, describe cómo el intestino muestra una preferencia por absorber azúcares en lugar de otros nutrientes como aminoácidos o lípidos. Esta absorción excesiva de glucosa lleva a un uso ineficiente de la misma, lo que contribuye al desarrollo de resistencia a la insulina.
Además, el estudio reveló que las respuestas metabólicas cambiaban dependiendo de si los ratones estaban en ayuno o alimentados. El consumo crónico de sacarosa alteró las respuestas anabólicas y catabólicas, lo que sugiere que el intestino responde de manera diferente durante el ciclo alimentario, contribuyendo a una mala distribución de la energía en el organismo.
